
La cultura no tiene límites. Es amplia, diversa, y hay productos para todos los gustos. En el teatro, tampoco. La mayoría de nosotros cuando piensa en teatro, imagina una escenografía, actores, gente, colores, voces, luces, butacas. Relaciona el placer de observar un buen guión con la vista principalmente y luego con el resto de los sentidos. Pero en el año 1991, surge en Córdoba de la mano de Ricardo Sued, quien se inspiró en las técnicas de meditación Zen practicadas en completa oscuridad, una forma diferente de expresión. Una particular manera de sentir: EL TEATRO CIEGO.
Mientras que en Buenos Aires existen alrededor de 5 grupos distintos que producen este tipo de obras con un elenco en su mayoría no vidente, existen por otro lado cientos de obras de teatro convencional

Diferencias y semejanzas entre el teatro convencional y a ciegas, aparte de los años de antigüedad que cada uno posee en la industria cultural, hay muchas. Mientras que en el convencional el espectador va a lo seguro, sabe con qué actores se va a encontrar, cuál es la trama, relega la capacidad

de imaginar y volar más allá de lo que sus ojos le permiten ver, observa las características físicas de los actores como del público, sabe quien tiene sentado a su lado, sabe quien está hablando en la obra y quien no, ubica a los actores en el espacio físico que el escenario presenta, puede opinar sobre la iluminación de la obra, el vestuario de los artistas, si la escenografía es interesante o no, en el teatro a ciegas es todo completamente opuesto.
Desde el principio los espectadores entran a oscuras, en grupos de 10 y formando fila. Ingresan a un lugar que no conocen, que no ven, y caminan con temor a caerse, a lo nuevo. Siguen las indicaciones de los propios actores, que son los guías hasta llegar al asiento, que uno no sabe cómo es hasta que termina la obra. El público no tiene nada seguro, hasta desconoce si va a salir satisfecho después de haber pagado una entrada que va desde los treinta pesos hasta los cincuenta según la obra, por no “ver” nada.
Pero la experiencia es distinta, profunda, hasta superior. Tal vez uno se pierde de no ver actores populares, de disfrutar de una escenografía, de poder ver el vestuario de los que hacen el espectáculo. Pero en el teatro ciego, se ganan muchas otras cosas valiosas. Las caras de lo actores, su ropa, su apariencia física, deja ser importante. El lugar pasa a tener múltiples formas según cada espectador y los actores varían en edad, peso y altura, de acuerdo a la mente de cada persona que permanece sentada, a oscuras, sintiendo todo
La actriz no vidente Mirna Gamarra, integrante de la obra La isla desierta desde 2007, agradece la oportunidad de actuar y cuenta cómo vive la experiencia:
El director, José Menchaca, resume en pocas palabras las características principales de su obra:
La directora de teatro ciego del grupo Esencial, Karen Torres, asegura que un actor no vidente hasta puede llegar a tener más condiciones artísticas que uno convencional:
Por otro lado, cada vez hay más gente dispuesta a darle la posibilidad a un no vidente de actuar (y hacerlo tan bien o mejor que un actor sin ninguna discapacidad), cada vez el trabajo entre actores ciegos y videntes se vuelve más sólido y ameno, ya que la oscuridad presenta dificultades para todos que terminan uniéndolos cada vez más y eso el público lo siente.
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