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lunes, 6 de septiembre de 2010

Los trotes de los humildes



Después de una semana, a gran parte de la población argentina nos tocó un agradable domingo, libre de nubes y de los deseos irrefrenables de suicidarnos que nos provocan las inclemencias del tiempo. Rozagantes y llenos de vitalidad, muchos optamos pasar una tarde diferente y por eso elegimos, bajo nuestro propio riesgo, ir al hipódromo de Hurlingham, en la zona oeste del conurbano bonaerense.


Si fuiste al hipódromo de Palermo, sabés que no vas a poder escaparte de los trapitos que te van a pedir mínimo 20 mangos para poder estacionar el auto. En el de Hurlingham, en cambio, tenés un amplio baldío donde podés dejar tu vehículo, sin necesidad de pagar un peso. Eso sí, la satisfacción dura poco porque uno se va casi resignado a que se lo afanen.


Luego de contemplar seguramente por última vez a tu auto, entrás al predio. Unas gradas precarias, descascaradas y viejas resaltan en el paisaje ya de por sí deplorable. Un olor a meo fresco acompaña cada paso, pero descuidá que después de unos segundos te acostumbrás. La gran cantidad de basura esparcida por todo el hipódromo se opone al número de presentes. Los chicos corren descontrolados por todos los rincones, sin ningún tipo de vigilancia paterna. De hecho, los adultos si no están debatiendo con sus pares quién va a ganar o no están parados en las ventanillas para apostar, están tomándose una rica cerveza en uno de los tres bares que hay.








"Está por comenzar la sexta carrera. Las apuestas ya cerraron", anuncia el altavoz. Las tarifas oscilan entre un peso y dos. El premio máximo es de 1000. Todos los jugadores salen en estampida hacia las gradas, con su boleto en la mano. Los más relajados se quedan disfrutando de la birra, hasta que escuchan los primeros galopes. Dejan todo tirado. "Estela, ya volvemos y te pagamos", le grita un hombre a la mesera.





Comenzó la carrera. Las gradas se llenan parcialmente porque muchos prefieren amontonarse en las vallas, así pueden ver y gritar mejor: "¡Dale Zoom, apuráte!", "Corre la con.. de madre!", ¡"Nooooo!", son algunas expresiones que resuenan en el predio. Se agitan papeles mientras aparece una bandera alentando a un jinete. La narradora en el altavoz que se hace insoportable de escuchar. Terminó. En sólo tres minutos y medio se consagró al ganador de la vuelta: el número 8. Las risas y puteadas se hacen evidentes en los apostadores.



Hace frío. La tarde terminó así como las carreras. La comunidad se dispersa y va buscando las vías de escape. Las caras de alegría al comprobar que efectivamente el auto no sufrió un secuestro hacen que la peculiar tarde haya sido dentro de todo, satisfactoria.




http://www.trotehurlingham.com.ar/









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