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lunes, 13 de septiembre de 2010

El placer de los sin techo

Algunas veces algo que nos da placer puede provenir de una situación poco convencional. El viernes pasado a la mañana descubrí que siento un especial gusto por tener clases al aire libre, en el contexto de una toma de facultad.


Hace un poco más de dos semanas comenzaron las tomas de las dos sedes de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, Marcelo T de Alvear y Ramos Mejía; la de Filosofía y Letras, Arquitectura y parte de Ingeniería; para exigir mejoras salariales, edilicias y demás necesidades. Ante la falta de acuerdo entre las agrupaciones estudiantiles, los profesores, los directivos y el Gobierno en general, los alumnos tenemos que asistir a bares, a los pasillos de la facu o a la calle para tener clases. Esta última modalidad de protesta es la más llamativa porque se aprecia a toda la fauna universitaria en su esplendor.


Ante todo, esta el desconcierto de ir o no a clase, porque no sabés qué va a hacer tu profe. Cuando decidiste despegarte de la almohada para ir y probar tu suerte, otra vez aparece el sentimiento de confusión. En las calles que rodean la sede de Sociales de Ramos Mejía, hay cientos de pibes con cara de "¿Dónde estarán todos?, ¿Dónde demonios está mi profesor?, ¿Qué hago acá?". Los llamados histéricos por celular y los mensajes de textos compulsivos son una fija en el estudiantado.


La alegría te invade cuando por fin encontrás a tu clan. Están todos parados y nadie sabe qué va a pasar. Mi profesor en este caso estaba más perdido que nosotros, así que fue a hablar con los alumnos que dirigen la batuta, que están en una mesa al lado de la puerta de entrada sobre la calle Franklin . "A usted le toca el árbol 5", le dijo un pibe con rastas larguísimas. Ante la visible cara de póker de mi profe, le señaló unos carteles que están pegados en los troncos de los árboles que adornan el largo de la vereda. Un curioso sistema de distribución de clases, claro está. Es una alegría saber que con cada toma se van perfeccionando más. En fin, después de pedir al grupo de al lado unas sillas prestadas, nos ubicamos en nuestro sector y comenzamos con la clase, o al menos eso intentamos.


"Los alumnos de Principales Corrientes del Pensamiento Contemporáneo, cátedra Moreno, se juntan entre el árbol 3 y 4", gritó al micrófono una chica con cara de pocos amigos. En total pasó como una hora para que todos estemos sentados. Pero el alboroto no terminó. Los chicos que organizan las clases públicas estaban todo el tiempo dando vueltas, colocándo nuevos carteles en las calles, barriendo y charlando entre ellos mientras se fumaban puchos y tomaban mate (¡encima ni siquiera convidaron!). Ni hablar de los intrusos: fotógrafos que se paraban al costado tuyo para captar alguna imagen única e irrepetible y hasta se tiraban al piso para hacer un plano contrapicado, es decir, todo un terrible despliegue de artística y movimientos de yoga mientras vos estabas tratando de retener lo que el profe explicaba; alumnos de TEA que estaban haciendo notas con las cámaras porque, en muchos casos, es la única manera que van a saber lo que es ir a una universidad (y pública); y peatones curiosos que usaban a sus perros como excusa para chusmear un poco a la juventud perdida ¡y encima zurda!

En un día despejado y soleado, las clases en las calles se parecen a una tarde en una plaza. Salvo que cambias el pasto por el alfalto, la guitarra por los libros, y los cantos por el teórico del profesor que te habla sobre la independencia y la herencia colonial española.


En medio de una crisis por el derecho a una educación pública digna, con miles de estudiantes de todos los niveles movilizándose en las calles para ser escuchados, las clases "al aire libre" no sólo son una buena medida de protesta, sino que son curiosas y en unos casos, hasta divertidas. Estos son algunos de los placeres de pertenecer a la universidad pública, que a pesar de los malos tratos que recibe, sigue siendo la más prestigiosa de Latinoamérica y una de las más importantes del mundo.


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